LOS POETAS QUE LEÍ
POESÍA VANGUARDISTA LATINOAMERICANA
Por Joel Lenner Castañeda Dueñas
MANUEL DEL CABRAL
Nombre completo
|
Manuel Antonio Cabral Tavárez
|
Nacionalidad
|
Dominicano
|
Lugar y fecha de Nacimiento
|
Santiago de los caballeros (República dominicana), 7 de marzo de 1907
|
Lugar y fecha de defunción
|
Santo Domingo (República dominicana),14 de mayo de 1999
|
Obra cumbre
|
Compadre Mon (Poesía, 1943)
|
*Obras importantes
|
Pilón (Poesía, 1931)
12 Poemas Negros (Poesía, 1935)
Trópico Negro (Poesía, 1941)
Antología Tierra (1930–1949) (Poesía, 1949)
Carta a Rubén (Poesía, 1950)
Los Huéspedes Secretos (Poesía, 1951)
Segunda Antología Tierra (1930–1º951) (Poesía, 1951)
La isla ofendida (Poesía, 1965)
Sexo no solitario (Poesía, 1970)
|
Movimiento Literario
|
Vanguardismo – Poesía negrista
|
Datos biográficos
|
* Su carrera diplomática fue
importante para el desarrollo de su obra poética, ya que su peregrinaje por
América Latina y Europa le ofreció la posibilidad de conocer diferentes
culturas y de entrar en contacto con muchas de las voces poéticas latinoamericanas
y europeas más importantes de entonces.
|
Importancia
|
* Es, junto a Luis Palés Matos,
Aimé Cesaire y Nicolás Guillén, una de las voces más importantes de la poesía
negrista latinoamericana. Su poesía política y social, especialmente su afamado
poema "Compadre Mon", lo ha situado al lado de los grandes poetas
de América Latina, entre ellos: Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Cesar Vallejo
y Octavio Paz.
* En 1992 le fue otorgado el
Premio Nacional de Literatura
|
AIRE DURANDO
¿Quién
ha matado este hombre
que
su voz no está enterrada?
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
Este
sudor... ¿por quién muere?
¿por
qué cosa muere un pobre?
¿Quién
ha matado estas manos?
¡No
cabe en la muerte un hombre!
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
¿Quién
acostó su estatura
que
su voz está parada?
Hay
muertos como raíces
que
hundidas... dan fruto al ala.
¿Quién
ha matado estas manos,
este
sudor, esta cara?
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
ELLOS
Ellos
no tienen lecho,
pero
sus manos
son
las que hicieron nuestras casas.
Ellos
comen cuando pueden
pero
por ellos comemos cuando queremos.
Ellos
son
zapateros pero están descalzos.
Ellos
nos visten pero están desnudos.
Ellos
son
los dueños del aire cuando manejan alas,
mas
son los limosneros del aire de la tierra.
Ellos
no hablan,
tienen
palabras vírgenes... Hacen nuevo lo viejo...
La
mañana lo sabe y los espera...
LA MANO DE ONÁN
SE QUEJA
Yo
soy el sexo de los condenados.
No
el juguete de alcoba que economiza vida.
Yo
soy la amante de los que no amaron.
Yo
soy la esposa de los miserables.
Soy
el minuto antes del suicida.
Sola
de amor, mas nunca solitaria,
limitada
de piel, saco raíces...
Se
me llenan de ángeles los dedos,
se
me llenan de sexos no tocados.
Me
parezco al silencio de los héroes.
No
trabajo con carne solamente...
Va
más allá de digital mi oficio.
En
mi labor hay un obrero alto...
Un
Quijote se ahoga entre mis dedos,
una
novia también que no se tuvo.
Yo
apenas soy violenta intermediaria,
porque
también hay verso en mis temblores,
sonrisas
que se cuajan en mi tacto,
misas
que se derriten sin iglesias,
discursos
fracasados que resbalan,
besos
que bajan desde el cráneo a un dedo,
toda
la tierra suave en un instante.
Es
mi carne que huye de mi carne;
horizontes
que saco de una gota,
una
gota que junta
todos
los ríos en mi piel, borrachos;
un
goterón que trae
todas
las aguas de un ciclón oculto,
todas
las venas que prisión dejaron
y
suben con un viento de licores
a
mojarse de abismo en cada uña,
a
sacarme la vida de mi muerte.
CARTA A COMPADRE
MON
Tanto
he pisado esta tierra,
que
es ella la que anda ya.
Compadre
Mon.
Por
una de tus venas me iré Cibao adentro.
Y
lo sabrá el barbero, aquel que los domingos
te
podaba las barbas
como
quien poda un árbol de la patria.
Y
también Domitila lo sabrá, Domitila
que
mientras comadreaba tenía entre las manos
unos
duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo.
Y
hablo de Domitila, porque sin esa cosa...
quizá
ni tu revólver fuera un poco de pueblo.
Porque
ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre.
¿Qué
hubiera sido entonces de esas cosas humildes
que
tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?
Tu
caballo
hubiera
sido siempre una bestia cualquiera.
Tal
vez sin estas cosas los muchachos con sueño
ya
hubieran enterrado tu pistola, tu espuela;
todo
lo que en tu cuerpo y en tu aire
es
la tierra que quiso no quedarse dormida.
Porque
tú, que no fuiste nunca niño de escuela,
a
la escuela te llevan en la boca los niños.
Es
que no quiero hablar de tus cosas mayores,
ni
aún de aquella extraña madrugada en que diste
órdenes
a un soldado
para
que repicara las campanas
por
tu llegada al pueblo.
No.
No
quiero hablar ahora de tus cosas de todos.
De
lo que quiero ahora
es
hablar del remiendo que te hacía la tía
en
aquellos no aún gloriosos pantalones.
Hablo
de la ternura con que tú ya besabas
sus
manos costureras, cuando aún tus bolsillos
se
cargaban de piedras para romper faroles.
La
gente que te vio tan pequeñito
no
pensó que la tierra se iba a poner tan grande...
Ahora,
cualquiera
cosa tuya huele a patria.
Hasta
Tico, el lechero
que
llega con un poco de leche en su sonrisa,
y
me dice:
aquí,
Manuel, estuvo Mon un día,
¡que
no rompan la silla donde lo vi sentado,
arrimao
a esta puerta!
Ya
ves, Compadre Mon,
no
puedo hablarte ya de cosas grandes;
tu
pistola, tus barbas, tu caballo,
tu
nombre,
todo
es pequeño junto a esta sonrisa.
¡Cómo
brilla tu historia en los dientes de Tico!
Qué
grande estás, Compadre Mon en esas
cosas
pequeñas.
¡Por
las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro!
El
maíz no lo sabe,
ni
el trueno,
ni
el agua.
Pero
tú estás en el maíz del niño
que
piensa crecer mucho y tener tu tamaño,
y
tener un caballo como el tuyo
que
entró en la historia a fuerza de ser patria.
El
trueno no lo sabe,
pero
tú estás en la garganta ronca
de
los tambores que enronquecieron
de
tanto hablar de ti..., de los rugidos
del
paso de tu sangre.
El
agua no lo sabe,
pero
eres, el agua con un cuento...
tú
le pusiste edad al agua de los hombres...
al
agua que más duele, la pesada
¡que
siempre llena venas, y con sed siempre el hombre!
Sin
embargo, no quiero,
no
quiero hablar, compadre Mon, de esas cosas visibles tuyas...
Yo
prefiero decirte que Cachón, un muchacho
enclenque
de mi pueblo,
estuvo
muchos días y demasiadas noches,
torturándose,
fabricando,
puliendo
unas estrofas, y luego, sin comer,
muchas
veces,
iba
a mi casa, casi asustado,
casi
tartamudo, sorprendido,
y
como quien comete su más sagrado crimen,
me
decía: —Manuel, aquí tengo una cosa
que
quiero que tú veas.
Pero
nunca, nunca pude leerla,
porque
temblaba para darme aquello...,
y
volvía a su casacón aquello en secreto,
y
volvía a pulir,
y
a no dormir,
ni
comer,
y
volvía a hablar solo.
De
esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de
aquel muchacho débil escribiendo tu nombre,
buscando
entre tus barbas raíces de la tierra,
los
árboles perdidos de la patria...
De
esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de
aquel muchacho en huesos
que
iba a la barbería
y
diez veces le preguntaba al barbero
que
cuánto le debía...
(Porque,
Mon, es muy triste
no
terminar un verso).
Aquel
muchacho simple que perdió la memoria
y
que yo le decía que comiera...
Aquella
emoción pura que al nombrarte, parece
que
se abría las venas para que se bebieran
hondo
y tibio tu nombre.
Esto
sí me parece que no deja que el tiempo
gaste
hasta lo más simple de tu voz:
tu
sonrisa.
Y
a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde
haciendo
el hoyo puro
del
futuro cadáver de tu cuerpo
(porque
nunca supiste que tu muerte
no
cabe en ningún hoyo de la tierra).
Yo
mismo que de niño te conocí en el aire
que
respiraba el pueblo,
iba
ya repartiéndome tu vida,
iba
haciéndole un poco de mis cosas,
iba
ya no dejándole morir...
Después
el campamento se ocupó de tu nombre,
de
tus cosas mayores.
Y
era difícil ya, que como un hombre cualquiera,
te
pegaras un tiro,
o
te entregaras a menudencias,
a
pequeñas manías;
porque
hasta aquellas inútiles palabras a tu gato
tenían
ya un sentido,
porque
así son, Don Mon, todas las cosas
que
pertenecen a lo que ya tiene
tamaño
de destino...
Un
simple canto de gallo que despierta
las
cosas de la mañana,
toma
de pronto la estatura de un siglo.
Si
entre las cosas que se despiertan con su canto
se
levanta un caballo con la historia en el lomo.
Te
estoy diciendo esto, viejo Mon, ahora
en
que hacer unos versos y ponerse a decirlos
es
un peligro... tan grande
como
ponerse a hacer la patria
con
sables de madera de sándalo.
Porque
nosotros, los que hacemos
estas
cosas de sueño, no estamos preparados
para
la fiesta del honor con precio...
Yo
voy, a ratos, ciegos que tocan su instrumento
por
unos cuantos cobres. Muchas veces,
después
de sus canciones, voy a verme al espejo,
y
miro bien mi cara para ver si es la mía...
Porque,
a veces, cuando cantan los ciegos,
muchas
cosas del cuerpo voy dejando
no
sé a dónde...
Por
eso,
pregunto
por mi nombre cuando cantan los
ciegos.
Te
estoy diciendo esto porque a veces
lo
que nació en tu pecho lo tienes en la mano...
Te
estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos,
hablas
conmigo cosas que hablando no me dices.
He
caminado mucho por los ríos
que
vienen de tu cuerpo cuando a oscuras
te
hicieron; y sé que cuando sangras
te
salen por las venas los sueños más varones.
Es
que desde hace tiempo,
tú
contruyes la patria, destruyéndote.
CARTA A MI PADRE
¿Qué
más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?
Padre
mío,
lo
que me diste en carne te lo devuelvo en flores.
Estas
cosas, comprende, ya no puedo callarte.
Yo,
como el alfarero con su arcilla en la mano,
lo
que me diste en barro te lo devuelvo en arte.
Creo
ya, que ves claro, por qué levantar puedo
este
lodo animal -espeso de pensar-.
¡Siempre
habrá un alfarero con su sueño en los dedos!
Padre
mío, ya ves,
el
agua que me diste, venía de una oscura
profundidad
de vida, pero como los ríos
primeros
de la tierra, aquel goterón mío
se
me llenó de altura...
Qué
más quieres, no pudo
hacerse
licenciado mi corazón desnudo.
Era
mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes
lo
grave que es a veces
un
hombre que en el pecho le entierran viva un ave!
Quizá,
por eso, aquello
que
me dieron horrible, preferí darlo bello.
Diáfano
para el trino; para negocios, bruto,
este
es el fruto:
con
un poco de ti, y un poco del destino
que
me puso en la mano
lo
divino
con
lo humano,
todo
lo que en la carne hay de oscuro y perverso
te
lo devuelvo en verso.
Qué
más quiero, ¿mi herencia? Para qué, padre mío.
Por
mi herida de hombre sale un niño cantando.
¡Lo
que la tierra piensa, se hace voz en el río!
LOS HOMBRES NO
SABEN MORIRSE...
Los
hombres no saben morirse...
Unos
mueren no queriendo la muerte;
otros
la
encuentran en un beso, pero sin estatura...
otros
saben
que cuando cantan no le verán la cara.
Los
hombres no se mueren completos,
no
saben irse enteros...
Unos
reparten en el viaje sus retazos de muerte;
otros
dejan
el odio para cuando vuelvan...
Otros
se van tocando el cuerpo
para
saber si salen de la trampa...
Los
hombres no saben morirse...
Unos
van dejando su yo sin comprenderlo;
van
dejando basura para esciba esotérica;
otros
se
vuelven hacia adentro ante el vacío...
Pero
todos,
con
el cadáver de su tiempo al hombro,
todos,
todos
son el Uno,
el
Uno
que
sólo por amor vuelve a la tierra.
CAMINA
Camina
el jefe del pueblo
después
de beber café.
Y
una voz que no se ve,
grita
al oído:
-Mire,
jefe, que hay un hombre
que
allí está herido.
-Lo
sé.
Camina
el jefe del pueblo
después
de beber café.
Y
vuelve la voz y dice:
-Jefe,
que un hombre no ve;
tiene
llanto entre los ojos,
y
tiene plomo en los pies.
-Lo
sé.
Sigue
caminando el jefe
después
de beber café.
Y
la misma voz le grita:
-Murió
un hombre allí de sed.
¿Qué
haremos, ahora, jefe?
-Que
haga pronto el hoyo usted.
Y
el jefe sigue su rumbo,
pero
también
el
jefe sigue pensando...
Piensa
sólo a qué hora es
la
otra taza
de
café...
NEGRO SIN NADA
EN TU CASA
Yo
te he visto cavar minas de oro
-negro
sin tierra-.
Yo
te he visto sacar grandes diamantes de la tierra
-negro
sin tierra-.
Y
como si sacaras a pedazos tu cuerpo de la tierra,
te
vi sacar carbones de la tierra.
Cien
veces yo te he visto echar semillas en la tierra
-negro
sin tierra-.
Y
siempre tu sudor que no termina
de
caer en la tierra.
Tu
sudor tan antiguo, pero siempre tan nuevo
tu
sudor en la tierra.
Agua
de tu dolor que fertiliza
más
que el agua de nube.
Tu
sudor, tu sudor. Y todo para aquél
que
tiene cien corbatas, cuatro coches de lujo,
y
no pisa la tierra.
Sólo
cuando la tierra no sea tuya,
será
tuya la tierra.
NIÑO MUERTO EN
UN PATIO
Tal
vea no diga nada, ni siquiera del patio.
Todo
está en aquel sitio.
Su
caída levanta todas mis cualidades,
porque
sé que estas cosas
son
las que bien me obligan a no desperdiciarme.
Tal
vez no hable con nadie sobre este niño muerto.
Yo
llegaré a mi casa como todos los días;
me
sentaré a la mesa, tomaré mi jengibre,
quizás
acaricie el pelo de seda de mi gato,
y
tal vez dos palabras conmigo o con mi hermano
sobre
la lluvia o sobre la cosecha.
Tal
vez no hable con nadie...
¿Qué
puede hacer la edad de la palabra
donde
la eternidad parece un niño?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
https://actaliteraria.blogspot.com/2014/10/manuel-del-cabral.html
https://ciudadseva.com/autor/manuel-del-cabral/poemas/
http://www.poesi.as/Manuel_del_Cabral.htm
https://www.poemas-del-alma.com/manuel-del-cabral.htm
http://amediavoz.com/cabral.htm
No hay comentarios.:
Publicar un comentario